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Un poco de historia

Almazán, un poco de historia

La zona central de la provincia de Soria, en el borde oriental de la meseta, en torno al Duero conforma un valle ameno de fértiles campos de cultivo orlados de bosques de especies autóctonas. Estas tierras susceptibles de aprovechamiento agrícola, ganadero y forestal han conocido el paso y el asentamiento de variados pueblos de diferentes culturas desde tiempos remotos.
Un fenómeno curioso se ha detectado a finales del bronce antiguo, hace casi cuatro mil años, como es la coexistencia de dos grupos humanos separados por escasos kilómetros, que se encuentran en diferentes estadios de civilización. Los Llanos del Guijar estaban ocupados por pastores seminómadas, que practican una rudimentaria agricultura, asentados en una terraza amesetada dominando el cruce del Duero. Conocían los rudimentos de la metalurgia y su cerámica se encuadra en el estilo campaniforme. Por el contrario, el cerro del Parpantique, de ásperas pendientes, acoge un poblado diminuto, de cabañas con silos excavados en el suelo para almacenaje, y empalizada de defensa, asentamiento propio de gentes belicosas orientadas hacia la ganadería y las actividades predativas, que desconocían los metales, y sus cerámicas de tonos oscuros pertenecen a una tradición arcaica.
Otros yacimientos arqueológicos dispersos por el término municipal de Almazán nos informan de poblados defensivos que tienen continuidad con los pueblos celtíberos. La romanización no significó un renacer urbano, y únicamente se testimonian asentamientos rurales de tipo villas, y un campamento militar erigido por Escipión en función de las guerras de Numancia.

La villa nace en su emplazamiento actual en la Edad Media, cuando el Duero significa la frontera entre cristianos y musulmanes.

Una torre de vigilancia bautizó el lugar, con el topónimo árabe que se traduce por fortaleza. En torno a esta atalaya se van apiñando pequeñas casas que constituyen una primitiva aldea, consolidando este enclave en avanzadilla ocupando la parte alta del otero denominado El Cinto.
Reconquistada la zona definitivamente en 1128 por el monarca aragonés Alfonso I el Batallador, los reyes cristianos debían hacer frente a un grave problema como es colonizar las extensas zonas de frontera entre el Duero y el Sistema Central. Para atraer población toman una serie de medidas de fomento y atracción de gentes, como otorgar tierras de forma hereditaria, conceder exenciones y rebajas fiscales, asegurar autonomía para el gobierno local, perdonar las penas a delitos menores, y regular las relaciones sociales y económicas con fueros generosos, con el fin de impulsar la rápida ocupación y puesta en cultivo de los campos.
Con este tipo de medidas se aventuran grupos de gentes a veces desde un origen común, emprenden el viaje juntos, para establecerse en el punto de destino reunidos, formando un barrio o collación, en torno a la iglesia parroquial y su indispensable cementerio. Paulatinamente se rellenan los espacios vacíos, y las sendas que relacionan los barrios pasan a ser calles. Esta conformación urbanística todavía es posible rastrearla hoy día, unas rúas estrechas y no muy rectas comunican pequeñas placetuelas, originadas por las necrópolis, en torno a los templos románicos.
El paso del Duero, en un primer momento a pie vadeando el cauce por su escaso caudal y su división en brazos que dejan varias islas, mejoró al levantar un puente de obra con el típico perfil alomado, entre 1128 y 1140, con trece ojos de arcos apuntados, y unos vanos o aliviaderos sobre los tajamares centrales. Esta vía facilitaba el tránsito de personas, de mercancías, y ganados trashumantes de la cañada oriental soriana.
El concejo, bien organizado, dotado con recursos económicos y humanos, fue capaz de enviar milicias a combatir en las Navas de Tolosa, y de construir un poderoso cerco de murallas de notable altura que englobaba 7 de los 10 barrios medievales, construcción de una fábrica poderosísima, y un perímetro de cerca de 2 kilómetros.

Almazán quedó constituida en cabeza de un distrito conocido como Comunidad de Villa y Tierra, y que extendía su jurisdicción a una retícula de más de 50 aldeas dispersas por el contorno en función del aprovechamiento agrícola.

La baja Edad media supone el punto de apogeo para Almazán, por su situación fronteriza. Se expone a invasiones o expediciones de saqueo de los reinos vecinos de Aragón y Navarra, pero por ello mismo es constante el paso de tropas, de la corte, de embajadores, prelados y gentes de postín. Para guarecer la zona, además de fortificaciones, la villa gozaba con la protección real, y la concesión de privilegios. También se consolida como un próspero núcleo urbano, dotado de amplio tejido social, y un cuadro completo de oficios y menestrales: agricultores, pastores, ganaderos, asalariados varios, mercaderes, artesanos, clero, físicos, escribanos, etc. Si las órdenes mendicantes son esencialmente urbanas, prueba del desarrollo que alcanzó el lugar, es el asentamiento de franciscanos (en sus ramas masculina y femenina), mercedarios, y premostratenses.
La confluencia en Almazán de dos grandes rutas naturales de caminos, que unían Castilla con Aragón por un lado, y Madrid y el Sur con Francia, por otro, determinó un claro sentido comercial, que se pondrá de manifiesto en sus ferias, y el asentamiento de una influyente colonia judía, de amplio poderío económico, que llegó a suponer cerca de la tercera parte de la población. La cañada oriental que atraviesa el caso urbano favoreció también el tráfico de mercancías.
En el siglo XIV toda la villa y tierra caen en el régimen señorial, al ser concedidas a una rama de la poderosa familia Mendoza, en 1395, permaneciendo así hasta la desvinculación de los señoríos del fin de Antiguo Régimen.
En 1496 los Reyes Católicos deciden establecer en Almazán la corte del primogénito, el príncipe Juan, para que se independice y aprenda las tareas de gobierno. A su imagen D. Antonio Hurtado de Mendoza, conde de Monteagudo y Señor de Almazán y de un amplio estado señorial, estableció aquí su capital, imitando en su vida doméstica los modos, usos, ceremonial y protocolos cortesanos.
Historia de Almazán
Durante el Renacimiento se produce una notable modernización urbana de la villa. Se amplía la Plaza Mayor expropiando casas y corrales, y se añaden soportales para resguardarse en tiempos de lluvias y nieves; se reedifican las casas de concejo, fuentes, el corral de los toros, la alhóndiga, etc. La casa de Mendoza amplía su palacio bajomedieval, añadiendo el I Marqués D. Francisco Hurtado de Mendoza un cuerpo de edificios, asomado al ágora, flanqueado por dos torrecillas, de armónico aire italiano y monumental. Se renuevan iglesias, se amplían capillas, y se reforman algunos recintos religiosos.
Los marqueses detentan todo el poder del municipio, designan al concejo, nombran a los oficiales de justicia, eligen al mayordomo de la alhóndiga, a los guardas de panes y montes, etc. El gobierno local se reparte entre los dos estados: una minoría de nobles privilegiados que se reparten la mitad de los cargos edilicios, y el estado de los hombres buenos pecheros, que son la mayoría, y ocupan la otra mitad de las magistraturas.
Con la unificación de coronas de los reinos peninsulares, los territorios se pacificaron, las fronteras pierden su sentido estratégico-militar y solamente se mantendrán para gravar el tráfico comercial. La familia Mendoza abandona el señorío, y se traslada a Madrid siguiendo a la Corte. Comienza la decadencia de la vida de Almazán, que cada vez es más rural como núcleo de interior. Durante el siglo XVII prosigue la pérdida de población ocasionada por las epidemias y las malas cosechas. Consecuencia directa del declive será la desaparición de 4 de las antiguas 10 parroquias medievales, fusionándose a otras.
La economía y la riqueza de los habitantes se recupera transitoriamente en el siglo XVIII, pero la francesada interrumpe estas perspectivas, y la crisis persistirá hasta mediados del siglo XIX. La mejora de las comunicaciones por carretera, y la llegada del ferrocarril, muy tardío, ya a finales de siglo, volverán a traer de nuevo la prosperidad a la villa, manifestada sobre todo en sus grandes manifestaciones comerciales como son las ferias, y especialmente la ganadera de Los Santos en noviembre. Un par de viejos molinos medievales se transforman en sendas fábricas de harinas de cilindros. También se establecen dos plantas de destilación de resinas, y se renuevan las vetustas tejeras, carreterías y aserraderos de madera. Con todo el despegue industrial no llegará hasta mediados del siglo XX, cuando se instalen potentes fábricas de elaboración de muebles y de producción de papel y cartoncillo, pioneras hasta la llegada de otras, sobre todo al polígono industrial, de elaboración y transformación de productos alimenticios, fundición, resina, muebles, materiales contra incendios, etc.
Hoy la villa alcanza unas inmejorables perspectivas de futuro originadas por el desarrollo agrícola del regadío, por ser centro comercial y de servicios, por las plantas industriales, y también por el despegue turístico.

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